ATXAGA, Bernardo: Memorias de una vaca, Madrid SM.
Este libro, escrito por una de las figuras más destacadas del panorama literario vasco, recoge los recuerdos de una vaca, Mo, que va narrando en primera persona los sucesos más destacados de su vida desde su nacimiento. Estos hechos tienen como trasfondo temporal la posguerra española y como telón espacial, el País Vasco. Bernardo Atxaga, pseudónimo de Joseba Irazu (1951), escribió parte de este libro en París y lo vio publicado en 1992.
La primera palabra con la que se me ocurre describir este libro es que es muy divertido. Atxaga ha retratado en él a una vaca refranera y algo alocada de cuyo proceso de crecimiento emocional, o, lo que es lo mismo, el abandono del paraíso vacuno para pasar a engrosar el infierno de la madurez, son testigos todos los lectores. Muy divertida y alocada es también la monja Bernardette, una percepción que se acentúa por el habla, en la que se entremezclan a partes iguales el castellano y el francés y que ayuda a dibujarla como alguien realmente singular. De hecho, es la única persona humana de la historia que entabla diálogos, y diálogos coherentes, con Mo. Atxaga, además, nos acerca a un contexto histórico sobre el que creo que casi nunca se reflexiona cuando se habla de la Guerra Civil: qué pasó a su fin, sobre todo, en los pueblos pequeños, en los que todos se conocían. Tras vivencias de todo tipo, Mo hace en su capítulo final un canto a la vida y al optimismo con la decisión de seguir escribiendo sus memorias para seguir viviendo.
No obstante, aunque me parece un libro muy ameno y, pese a los saltos temporales, muy fácil de leer, no sólo por el personaje de la vaca humanizada sino por el frecuente recurso al diálogo, incluso con esa voz interior a la que Mo llama El Pesado, creo que la lectura por parte de los jóvenes correrá el riesgo de quedarse en un plano superficial. Es más: quizá no se lo recomendaría a un adulto -aunque si cayera en sus manos el libro le animaría, sin duda, a leérselo- peo me parece que los adolescentes de secundaria pueden perderse el sentido profundo que hay detrás de algunas de las reflexiones de la protagonista. Entenderán el significado semántico de lo que en ellas se dice pero, casi con toda probabilidad, no alcanzarán a comprender realmente, y a reflexionar, por falta de vivencias, sobre lo que está diciendo Mo, auténticos pensamientos filosofales que, en ocasiones, confieso, me llevaron a cerrar el libro para pensar sobre ellos. Es como si esta obra pudiera leerse en varios planos: en la epidermis podría situarse la lectura de un público joven y sin demasiadas referencias vivenciales; en la dermis, la de un lector algo más mayor que puede utilizar su experiencia para dotar de un significado más complejo a las reflexiones de la vaca. Pese a todo, dentro del proceso de formación de las personas que también le compete al docente, el libro podría dar pie al trabajo de esas cuestiones actitudinales y algo filosóficas en el aula, por ejemplo, con la plasmación de algunas de ellas en la redacción, por parte de los alumnos, del capítulo con el que Mo podría iniciar el segundo volumen de sus memorias.
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