Carmen Martín Gaite (1925-2000) es una de las escritoras que siempre se debe nombrar cuando se habla de literatura contemporánea. A los 25 años cambia su lugar de residencia a Madrid, lo cual supondrá un punto de inflexión en su vida, ya que gracias a las relaciones que entabla allí se despertará su interés por la escritura y abandonará sus intentos de dedicarse a la enseñanza en la universidad. Su primera obra, El balneario, se publicará en 1955, y tres años después publicará su primera novela larga, Entre visillos, ambas ganadoras de dos premios: el Premio Café Gijón y el Premio Nadal, respectivamente.
Acostumbrados a la Carmen Martín Gaite de Entre visillos, la lectura de Caperucita en Manhattan resulta sorprendente, puesto que algunas de las novedades que introducía su narrativa de los años 50 no aparecen aquí (aunque sí lo hacen otras de sus características más relevantes, como la presencia del mundo onírico, aunque sea «personificado» en el ambiente de la obra). La principal novedad que ofrece esta novela es la estrecha relación entre los personajes de la Caperucita tradicional y las novedades que se introducen en esta versión actualizada. El escenario, por ejemplo, es uno de los elementos con mayor simbolismo, ya que tanto Brooklyn (el lugar de origen de la protagonista, Sara Allen) como Manhattan (lugar prohibido, donde vive su abuela), cobrarán importancia en tanto que representan los dos mundos entre los que Sara tendrá que debatirse. Un papel similar es el que ejercen las dos mujeres que hay en su vida: su madre, representante del mundo tradicional, y su abuela, que, contra todo pronóstico, representa la libertad para su nieta. Se podría decir que toda la novela es un viaje para que Sara pueda elegir por sí misma cuál de los dos caminos quiere tomar.
Como no se podría hablar de Caperucita sin un lobo, la introducción de este era forzosa. Edgar Woolf será un pastelero interesado en la tarta de fresa que Sara va a llevarle a su abuela, ya que es lo que le falta a su pastelería para poder ser la mejor. Las diferencias con el lobo tradicional son evidentes. Hay un último personaje de gran importancia en la novela: Miss Lunatic. Este personaje es completamente nuevo y no encuentra paralelismo con el cuento tradicional, y es la personificación de la Estatua de la Libertad. Ejercería en la novela de Carmen Martín Gaite un papel similar al de la abuela.
La lectura de Caperucita en Manhattan me parece interesante y enriquecedora por varios motivos. El lector que se enfrente a ella cuenta con el bagaje cultural de haber oído o conocer de alguna manera el cuento original (bueno, la versión edulcorada de los hermanos Grimm), de forma que podrá establecer paralelismos, ver qué parte de la historia original se repite y dónde están las diferencias entre ambas, algo que sin duda hará que su lectura sea más rica. Por otro lado, todas las modificaciones conscientes del cuento que ha ido introduciendo no dejan de ser actualizaciones de la historia, lo cual permiten que el adolescente que se enfrente a ellas pueda reflexionar sobre temas que va a vivir él tarde o temprano: a fin de cuentas, cuando tenemos que elegir entre lo ya establecido y lo que supone un reto desconocido no estamos hablando de literatura.
Acostumbrados a la Carmen Martín Gaite de Entre visillos, la lectura de Caperucita en Manhattan resulta sorprendente, puesto que algunas de las novedades que introducía su narrativa de los años 50 no aparecen aquí (aunque sí lo hacen otras de sus características más relevantes, como la presencia del mundo onírico, aunque sea «personificado» en el ambiente de la obra). La principal novedad que ofrece esta novela es la estrecha relación entre los personajes de la Caperucita tradicional y las novedades que se introducen en esta versión actualizada. El escenario, por ejemplo, es uno de los elementos con mayor simbolismo, ya que tanto Brooklyn (el lugar de origen de la protagonista, Sara Allen) como Manhattan (lugar prohibido, donde vive su abuela), cobrarán importancia en tanto que representan los dos mundos entre los que Sara tendrá que debatirse. Un papel similar es el que ejercen las dos mujeres que hay en su vida: su madre, representante del mundo tradicional, y su abuela, que, contra todo pronóstico, representa la libertad para su nieta. Se podría decir que toda la novela es un viaje para que Sara pueda elegir por sí misma cuál de los dos caminos quiere tomar.
Como no se podría hablar de Caperucita sin un lobo, la introducción de este era forzosa. Edgar Woolf será un pastelero interesado en la tarta de fresa que Sara va a llevarle a su abuela, ya que es lo que le falta a su pastelería para poder ser la mejor. Las diferencias con el lobo tradicional son evidentes. Hay un último personaje de gran importancia en la novela: Miss Lunatic. Este personaje es completamente nuevo y no encuentra paralelismo con el cuento tradicional, y es la personificación de la Estatua de la Libertad. Ejercería en la novela de Carmen Martín Gaite un papel similar al de la abuela.
La lectura de Caperucita en Manhattan me parece interesante y enriquecedora por varios motivos. El lector que se enfrente a ella cuenta con el bagaje cultural de haber oído o conocer de alguna manera el cuento original (bueno, la versión edulcorada de los hermanos Grimm), de forma que podrá establecer paralelismos, ver qué parte de la historia original se repite y dónde están las diferencias entre ambas, algo que sin duda hará que su lectura sea más rica. Por otro lado, todas las modificaciones conscientes del cuento que ha ido introduciendo no dejan de ser actualizaciones de la historia, lo cual permiten que el adolescente que se enfrente a ellas pueda reflexionar sobre temas que va a vivir él tarde o temprano: a fin de cuentas, cuando tenemos que elegir entre lo ya establecido y lo que supone un reto desconocido no estamos hablando de literatura.
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