jueves, 15 de diciembre de 2011

"En Madrid hay una niña, niña que Celia se llama..."



La escritora Elena Fortún crea a una niña entrañable y describe sus aventuras en Gente menuda (1928), suplemento infantil de Blanco y negro. En 1929 comenzará una saga que tiene como protagonista a Celia, para más tarde también acoplarse a ella, su hermano, y sus amigos. De esos primeros libros incluso se llegó a realizar una serie para Televisión Española interpretada por actores españoles de renombre, y jóvenes promesas del cine español.
Celia en el colegio (1932) se trata del segundo tomo que la autora redacta sobre las peripecias de Celia. Suponemos que tras la mala conducta de la niña en su casa, y como era costumbre en las familias de clase alta, los padres deciden ingresarla en una escuela internada con otras compañeras, todas del mismo sexo. Celia comienza sus páginas de memorias echando de menos a su padre, por el que siente mucho apego, pero poco a poco, se convertirá en la reina del lugar. Consigue hacer reír a cualquiera con sus salidas de tono, sus contestaciones o incluso sus pensamientos, y trasladarnos a todos a aquellos años anclados en nuestra memoria donde lo más importante residía en si tenías amiguitos para jugar en el recreo. Y es que, gracias a sus andaduras y reflexiones en voz alta, porque Celia no se callaba ni una, nos podemos ver a nosotros mismos haciéndonos preguntas similares a las que ella se hace: ¿Por qué los mayores siempre saben lo que te conviene? ¿De mayor yo podré hacer siempre lo que me plazca?
Aunque no existen datos demasiado específicos acerca del físico de ésta, sí logramos conocer con exactitud la personalidad de nuestra princesita: alocada, irreverente, sabia, deslenguada, creativa… El mundo en sí mismo se queda pequeño para ella, ella necesita volar, y crear las cosas tal y como ella las imagina dentro de su cabeza. Es imposible leer y que no te salga espontánea una sonrisa o incluso una carcajada, porque Celia lleva los asuntos incluso a lo absurdo, desde su sabia inocencia.
Los capítulos se podrían leer en el orden inverso sin que al lector le causase un gran desbarajuste, porque aunque sí siguen un orden lineal, no es rígido, y en cada uno de ellos puedes conocer a compañeras nuevas, o hermanas allí congregadas.
Son tantas las anécdotas de Celia que parece inviable destacar sólo algunas, pero si me obligaran a ello yo resaltaría el capítulo donde se escapa para jugar con niños pobres y descubre un universo donde puede saltar, mancharse y olvidarse de sus buenas formas de niña bien, con los monaguillos Pronobis y Lamparón, o el capítulo donde inocentemente predica a los cuatro vientos que el padre Restituto les ha estado engañando a todas, porque no es un cura sino un hombre, ya que ella le vio los pantalones bajo la sotana, o el capítulo donde comprueba que si se echa la culpa a sí misma las hermanas le perdonan todo y acaba echándose la culpa de actos que indudablemente son cometidos por adultos, y las hermanas consideran que la niñita ya les está tomando el pelo.
Merece mucho la pena encomendarse a las aventuras de Celia para divertir el ingenio un rato, descubrir la religiosidad extrema con la que se vivía en aquella época, y evocar un tiempo pasado más tierno, alocado y vacío de preocupaciones.

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