viernes, 16 de diciembre de 2011

“La vaca que se esfuerza en discurrir, luego no deja de dormir”




Bernardo Atxaga es un reconocidísimo escritor por sus tierras, implicado en política, dando muestra de ello en sus obras e intervenciones. Podemos observar sus destrezas destinadas al público juvenil en Memorias de una vaca, que como su propio título indica se trata de un relato donde Mo, la vaca protagonista cuenta su trayectoria vital.
Parece lógico acercar una realidad a los lectores jóvenes a través de la visión de un niño como ellos, o de un animal, y éste es el método utilizado por el autor para relatar una serie de aventuras vividas por una vaca en tierras vascas. Mo, comienza sus páginas con la promesa a El Pesado, su conciencia, de que redactará su biografía. Así que el libro discurre desde su nacimiento hasta que se convierte en una vaca vieja y vive en un convento.
Para Mo todo desprende vitalidad, alegría y unas ganas emprendedoras de conocer el eterno que la rodea, se cree sabionda, experimentada, y no le importa que la tomen como ignorante, pero ella tiene sus cometidos y debe llevarlos a cabo. Eso sí, terrible disgusto se cogió cuando descubrió que había nacido vaca, porque creía, y apostaría aún hoy, que sigue creyendo que debería haber nacido “algo” con más sabiduría y renombre.
Y es que Mo resulta ser nuestro guía para conocer las circunstancias que se daban en las posguerra en aquellos montes donde se escondían los maquis tras pasar verdaderas penurias y tiempo de sus vidas atrapados en una realidad injusta.
La vaquita nos despierta ternura, e incluso afecto, pero lo que más nos llama la atención es la ironía que desprende, cómo interpreta las cosas, y el juego de palabras que se trae, incluso ella sola. Junto con personajes como La Vaque que Rit, su eterna amiga, Pauline Bernardette, la monja que cuida de ella, Gafas verdes, los dos dentudos, y El enconvardo, seres de los que se deberían mantener alejadas, ya que según ella trapichean demasiado con asuntos oscuros, van acaeciendo los días.
Los capítulos están perfectamente delineados y cronológicamente impuestos para su comprensión, en cuanto a la forma no nos preocupa que no llegue al cerebro del púber, a pesar de sus múltiples fragmentos en lengua vasca y algunos en francés, pero sí puede ser motivo de discusión si la ironía de Mo, puede ser interpretada con soltura por el lector, porque a mi juicio incluso un adulto, en ocasiones, debe releer párrafos para entender la totalidad de los pensamientos de Mo, y el trasfondo que esconde deliberadamente tras ellos. El escritor no da puntadas sin hilo y adorna sus páginas con numerosos dichos o refranes que vienen totalmente al caso de algo que se quiere substraer de la trastienda, o del envoltorio base.

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