martes, 6 de diciembre de 2011

Sobre Caperucita en Manhattan


“ ¿ Has intentado enamorarte en serio ? ” (MARTÍN GAITE. 1993 : 110). Sobre Caperucita
en Manhattan.

El amor es el encargado de mover el mundo, o eso dice la expresión popular que no otorga dicha cualidad al dinero.Todos buscamos el amor de pareja, y cierto es que hallarlo nos acerca a la séptima nube; pero el amor que podemos albergar por la lectura, por el conocimiento, por la libertad, ya es per se lo bastante importante como para que nos podamos “enamorar” de la vida; de cada día, de cada persona, de cada acto, y de cada momento que nos lleve a ser felices.
Nos hallamos ante una obra escrita por la premiada Carmen Martín Gaite (Salamanca 1925-Madrid 2000) escrita en 1990, la cual lleva por título Caperucita en Manhattan.
En la obra nos encontramos con el personaje de Sara Allen, una niña despierta e imaginativa de diez años, que vive en Brooklyn con sus padres.
Su madre, Vivian, responde al antiguo estereotipo de ama de casa y perfecta cocinera, de ideas conservadoras; que intenta controlar toda situación. Es quien intenta limitar la libertad de su madre; y también de su hija, a quien ésta se parece. Trabaja en un geriátrico y se dedica a hacer una tarta de fresa cada viernes, para llevarla a su madre cada sábado de Manhattan a Brooklyn acompañada de Sara.
Su madre y abuela de Sara, Rebeca, antigua artista de music-hall, no hace ni prueba la tarta de fresa. Vive en Brooklyn, donde se mudó tras la muerte de su marido, y donde vivió con Aurelio Roncali, un novio que tuvo, dueño de la librería El reino de los libros, e iniciador de Sara en la lectura con sus primeros regalos, a pesar de que la niña nunca llegó a conocerlo.
Es la forma de ser de su madre, la antagónica personalidad de su abuela, y el gusto por la lectura de obras como Alicia en el país de las maravillas o Robinson Crusoe; lo que llevan a Sara a anhelar la libertad y a sentirse incómoda en sus zapatos.
Así pues, aprovechando la estancia en casa de unos amigos de la familia, tras la muerte de un hermano de su padre que vive lejos y a quien no conoce, escapa con una coartada perfecta con la
intención de pasear por Central Park, para después ir a dormir a casa de su abuela, con quien se encuentra cómoda.
Durante este viaje hacia casa de su abuela toma el metro, lugar donde la encuentra vestida de rojo, con una cestita en la que se encuentra una tarta de fresa, y llorando, Miss Lunatic. Esta extraña anciana de porte señorial, pero vestida con harapos, desdobla su extravagante personalidad en Madame Bartholdi, y en una conocida estatua, tal y como descubre Sara a partir de la lectura de un libro que le regala su abuela. Así pues, este encuentro aporta un halo de fantasía, madurez y sabiduría a Sara; quien lo considera una experiencia inolvidable.
Ya en Central Park, Sara se despide de Miss Lunatic, y allí mismo la encuentra el señor Woolf (lobo), como ya anunciábamos; vestida de rojo y con una cestita con una tarta, en medio de un “bosque”, al más propio estilo de Perrault.
El señor Woolf, dueño de una prestigiosa pastelería, pide a Sara un trozo de la tarta de fresa, cuya receta buscaba por toda la ciudad para mejorar la de su tienda. Sara le da a probar un trozo, y ante la insistencia del señor Lobo de conseguir la receta de la tarta, Sara le escribe la dirección de su abuela; quien la tiene escrita. A cambio de ello Sara pide un viaje en limusina, que sirve al señor Lobo para distraer a Sara mientras él “ataja” y va a visitar a la abuela.
Una vez en casa de su abuela, Sara descubre al señor Lobo y a su abuela entre risas y bailes, y decide abandonar la casa para no molestar.
Nos encontramos pues ante una obra con final abierto en la que debemos destacar el hallazgo de la “libertad”, la cual mediante una personificación que no desvelaremos a los posibles lectores del libro, cambia la vida de Sara. De dicho hallazgo, al que se encuentra ligada la aparición de la felicidad, también es indirectamente partícipe la abuela de Sara, Rebeca.
Así pues, la moraleja de esta obra es que la libertad es la capacidad de ser feliz junto a otra persona que a su vez nos haga cómplices de su libertad; porque bien sea sobre tu verdadera identidad, o sobre la receta de una tarta, “a quien dices tu secreto, das tu libertad” (1993: 83).

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